Bitácora de viaje: Un día abriendo camino – parte 1 de 2

Un día abriendo camino – parte 1 de 2

Por M. Clara Lamberti

 

Casi todos los días del año amanezco en mi casa, tomo un desayuno, salgo a tomar un colectivo que me lleva a Ciudad Universitaria, trabajo en una hermosa oficina con vista al río y luego me tomo el mismo colectivo que me devuelve a mi casa. Algunos pocos días al año, todos los años desde el 2014, amanezco en una carpa en los Andes mendocinos, o en una cabaña en los Andes neuquinos, tomo un desayuno, salgo a pie o en camioneta, trabajo en los flancos y cráteres de los volcanes Peteroa o Copahue y luego vuelvo a la carpa o a la cabaña. Pero hay, también, algunos pocos días, aún menos frecuentes, diferentes a la mayoría de mis días. Esta es una breve historia acerca de un día en el que amanecí en una carpa desconociendo absolutamente al paisaje que tenía en frente. Desconociendo al volcán al que me dirigía, a la ruta que tomaría y al paisaje que me deslumbraría.

Trabajo en el Grupo de Estudio y Seguimiento de Volcanes Activos del IDEAN. Mi trabajo consiste en tomar muestras de gases fumarólicos con el objetivo de conocer qué ocurre en el interior del volcán que emite esas fumarolas: “¿está activo, pero duerme? ¿está por entrar en erupción?”. Por supuesto que este trabajo no lo hago sola. El grupo está compuesto por varias personas. Y, además, muchas veces trabajamos en conjunto con colegas, amigas y amigos de nuestro país vecino Chile, quienes trabajan en el Observatorio Volcanológico de los Andes del Sur, vigilando bien de cerca a las decenas de volcanes activos de nuestra cordillera.

El volcán de turno era el Callaqui, ubicado en la región chilena del Bío-Bío. Este volcán se alza 3164 metros sobre el nivel del mar, en el medio de los bellísimos Andes patagónicos. Nos dirigimos a él integrantes del observatorio chileno y de nuestro grupo, para conocer, por primera vez, a las fumarolas de la cima de este volcán. Queríamos saber qué tenían para decirnos esas fumarolas, qué información podían darnos acerca del volcán Callaqui y de su actividad.

Desconocíamos completamente el terreno. Contábamos únicamente con la experiencia de dos caminantes, que hacía un par de años habían compartido su descripción del sendero y una ruta GPS a través de Wikiloc. Nosotros debíamos movilizar no sólo al equipo para acampar y para ascender hasta la cima a través de un glaciar, sino también a los equipos para tomar muestras y mediciones de los gases que emiten las fumarolas. Cada integrante del grupo, tres hombres y cuatro mujeres, nos cargamos hasta el límite de nuestra capacidad, con carpas, bolsas de dormir, ollas, comida, agua, crampones, piolets, bastones y, además, el equipamiento para tomar muestras de gases volcánicos: ampollas, tubos de titanio, líneas de vidrio, termómetros y un medidor de flujo de CO2.

Partimos desde la ciudad de Temuco en dos camionetas, hasta la base del volcán Callaqui, a unos 810 m s.n.m. Desde la base, armamos las mochilas y comenzamos el ascenso. El paso era necesariamente lento por la cantidad de peso que transportábamos. Era marzo y el clima era perfecto: cálido y soleado. La sombra del bosque andino patagónico nos acariciaba y aliviaba, un poco, el efecto del peso pesado que cada una y cada uno llevaba consigo. Llegamos con la última luz del día al sitio de acampe, el límite superior de la vegetación, armamos las carpas e hicimos la cena con el auxilio de nuestras linternas frontales.

A la mañana siguiente, amanecí en una carpa desconociendo absolutamente al volcán que tenía en frente y al paisaje a mi alrededor, porque habíamos llegado prácticamente sin luz. Abrí el cierre de la carpa y, aunque me había preparado porque sabía que el escenario no me iba a fallar, la belleza del lugar en el que estaba se develó y me ubicó de una cachetada. Si hay algo que la Patagonia intenta hacerme entender y aún no aprendo, es que la imaginación no supera a la naturaleza.

El campamento base y el maravilloso entorno.

Contábamos con dos días completos para ascender al Callaqui y trabajar.

En el primer día, por supuesto, hicimos el primer ascenso. Nuestros amigos caminantes de Wikiloc serían más experimentados y probablemente irían más livianos, pero más allá de las excusas, hicieron en 4 horas lo que nosotros, en 8.

Caminamos por una senda muy poco marcada en la que nuestro único guía era el GPS. El paisaje andino patagónico, metro a metro se tornaba más imponente. Montañas verdes, lagos azules, volcanes salpicados a lo largo de la cordillera y, como si fuera poco, cóndores adornando el cielo, constantemente. Y todo esto transitando los flancos del Callaqui: un volcán hermoso, cuyos últimos 600 metros de altura se encuentran completamente cubiertos de hielo glaciar, agrietado en las inflexiones de la pendiente.

Cuando llegamos a la base del hielo, nuestro guía humano (no el GPS) nos dio un ABC de cómo caminar sobre el glaciar y qué hacer en caso de caída. Esto, la gran cantidad de grietas que había que esquivar por sus laterales, más nuestra evidente falta de práctica de esta disciplina, fue en parte el motivo por el que nos llevó prácticamente toda la jornada solamente arribar al lugar de trabajo.

Grietas del volcán Callaqui: esquivándolas por sus laterales.

El lugar de trabajo era la mismísima cima de este volcán. Una escena única. El Callaqui no presenta un típico cráter de explosión, una “olla” profunda con un lago cratérico y fumarolas. Podría decirse que presenta exactamente lo opuesto. Si el cráter es una geoforma cóncava, el Callaqui presentó un cráter convexo. Un pequeño montículo, una elevación, que se alza como una isla en medio de un mar blanco, helado.

La isla caliente en medio del hielo. Área cratérica del volcán Callaqui.

El único problema era que habíamos llegado a la hora en la que debíamos irnos. Miramos a este paisaje de ensueño por un rato y emprendimos el regreso. El equipamiento, de más de 10 kilos, para medir y tomar muestras de gases se tomó un lindo franco, paseó por el volcán, no hizo una sola medición de nada ni tomó una sola muestra. Gajes del oficio.

Primera retirada. Con las últimas luces vespertinas.

Continuará…