Bitácora de viaje: Los cerros a los que siempre vuelvo – parte 2 de 2
Bitácora de viaje: Los cerros a los que siempre vuelvo – parte 2 de 2
Por Jonathan Tobal
Cuando en 2011 volví, ya con mi proyecto de tesis doctoral a cuestas, intentamos nuevamente con Emiliano (por entonces estudiante, hoy colega de otro instituto) llegar al sitio que habíamos alcanzado dos años antes. No sólo no pudimos llegar más lejos sino que ni siquiera pudimos llegar: un ritmo de caminata más lento nos dejó con las ganas. No obstante, de allí nos fuimos al cerro Bastión, que aún no conocíamos, pero que había “castigado” a Andrés, Darío (colegas del IDEAN) y dos estudiantes el año anterior, con una racha interminable de días de lluvia. Un viaje a caballo de algunas horas con “Pinocho”, baqueano de la zona, nos condujo a una veranada -depresión topográfica de bosque y mallines, adonde van las vacas, por su cuenta, en el verano- ese día. Y el día siguiente fue de lluvia y pesimismo, pero el que le siguió, clareó, y entonces las caminatas largas, entre rocas sueltas y filosas, y pendientes empinadas, nos condujeron, durante dos días, a las rocas de las cuales precisábamos obtener muestras.
Cuatro millones de años resultaría ser la edad de esas rocas, y no veinte, según estudios que encomendamos realizar en Chile el mismo año. Pero sabíamos que esa única edad, obtenida mediante un método que dejaba aun un lugar a dudas, no sería suficiente para aseverarlo. Pero, además, otras observaciones realizadas en ambos cerros, que entre los geólogos incluiríamos dentro del grupo de los denominados “datos estructurales”, nos siguieron empujando a seguir yendo hacia esos cerros. Una y otra vez. Entretanto, yo completaba de a poco el trabajo de mapeo de todos los demás cerros del área: el Ventisquero, el Dedo Gordo, el Perito Moreno, el Piltriquitrón, el Plataforma.
Volví a alcanzar el cerro Silvia, junto a otros compañeros, en 2012 y 2013 y el cerro Bastión en 2014, por última vez. Con el paso de los años, nos dimos cuenta de que, a pesar de que efectivamente existían numerosos argumentos para sostener la hipótesis que planteaba la mencionada “similitud” entre las rocas de ambos cerros, éstas se habían formado con una diferencia significativa de tiempo: alrededor de los catorce millones de años en el cerro Bastión, pero hace unos 7 millones y medio en el cerro Silvia.
Por supuesto, las edades que obtuvimos eran, y son aún hoy, insuficientes, pero además no permiten reflejar el periplo que posibilitó su estudio, que es lo que aquí he tratado de contarles. Dormir un día con tanta pendiente que uno se caía contra el borde de su propia carpa; ser capturado por una tormenta inesperada, tres personas en una carpa de dos, empapados; bajar al día siguiente por un valle glaciario hecho de paredones verticales de roca, sostenidos por cañas que crecen por doquier, estimando a cada momento que la bajada definitiva al río Azul no será posible; o equivocar una “huella”, que no es tal sino apenas algunas pisadas de vacas, que a veces no conducen a ningún otro sitio más que un precipicio, durante horas y horas hasta considerar la posibilidad de no poder salir finalmente de la zona. Tales son algunas de las “historias” que podrían contarse, con mayor detalle, al narrar las campañas que nos acercaron al cerro Silvia.
Caminar de noche, entre filos de roca plateados por una luna milagrosa pero también por bosques de ñires cerrados donde ni la luz más blanca se cuela, y donde el GPS deja de ser un dispositivo del todo preciso, para llegar a las dos de la madrugada a la carpa que brilla apenas por las dos tiritas reflectantes que le cuelgan, cuando ya no queda energía en las piernas. Tal podría ser una de las historias complementarias de las subidas al cerro Bastión.
Hoy en día, los datos se encuentran plasmados en un artículo científico que quizás sólo algunos colegas lean, que constituye nuestro intento por establecer una hipótesis plausible, razonable, con los datos que pudimos obtener a lo largo de los años. Pero este artículo -suma de palabras que construyen un lenguaje específico, destinado a nuestra comunidad científica- tributa -secretamente- a una experiencia que yo llamaría “de largo alcance” y, sobre todo, que conllevó un gran esfuerzo por parte de muchas personas, de muchos colegas. Apenas un instante, podríamos decir, el que pasamos por ese sector de los Andes, esa variable, inmensa y preciosa cadena montañosa, hecha de millones de años, que, en silencio, nos observa, mientras año a año, emprendemos la tarea de volver a adentrarnos en ella.