Bitácora de viaje: El cráter olvidado y en busca de Las Mellizas: extractos de una campaña Patagónica – parte 2 de 2

El cráter olvidado y en busca de Las Mellizas: extractos de una campaña Patagónica – parte 2 de 2

Por Rodrigo Martín

 

En Busca de las Mellizas. Protagonistas: “El alemán”, “La (otra) sureña” y “El alumno”

La campaña siguió y tras un recambio de científicos llegamos al Chaltén. El paisaje se parecía mucho más al de la Patagonia que a todos nos encanta. En esta segunda etapa ya no sólo tomábamos sedimentos superficiales de la laguna, sino que clavábamos un tubo de 1,5 metros de largo en el fondo de la misma desde un endeble bote.

En la región existen numerosas lagunas: la Verde, la Azul, Cóndor, Del Desierto, la otra Azul, Toro, la otra Azul y las Mellizas; conclusión: 3 de cada 8 lagunas andinas en Santa Cruz se ven azules. La mayoría de estas lagunas son de fácil acceso, ya sea por su cercanía a la ruta o por poseer algún sendero de trekking que te guía hacia ellas. Pero, pero, pero, hay 2 lagunas que escapan a esa lógica: Las Mellizas.

Las Mellizas no estaban aisladas por gigantescas mesetas, ni eran atravesadas por vientos violentos, pero estaban rodeadas por un hermoso bosque patagónico; dos tercios del viaje hacia ellas eran por un sendero bien marcado y el resto un pastizal corto que invitaba a pasear. Entonces, ya se estarán preguntando por qué dicha experiencia podía ser interesante, y tienen razón. Potencialmente las lagunas no hubieran sido más que una anécdota pasajera si no fuera por la culpa de Pitágoras (si, ese Pitágoras griego que todos conocemos) y su odiosa hipotenusa…

Resulta que súper cargados de equipamiento y un bote nos dispusimos a caminar por el marcado sendero, y todo venía bien hasta que una idea surgió entre nosotros: ¡la HIPOTENUSA! ¿Para qué hacer un montón de kilómetros de más si podíamos caminar la línea recta entre nosotros y las lagunas? El sendero se alejaba mucho hacia la montaña y luego tendríamos que caminar lateralmente por el pastizal más kilómetros de los queridos. Entonces lo decidimos: caminaríamos por la hipotenusa siguiendo el punto en el GPS. “Gran idea”, la nuestra. Resulta que la hipotenusa nos proponía un viaje por el hermoso bosque patagónico. Un ecosistema que resultó ser un cerrado grupo de hierbas y árboles que se entrelazaban furiosamente, interrumpidos ocasionalmente por los senderos que utilizaban las vacas para comer (que alguien me explique por qué había vacas en ese bosque). El bosque demostró ser un pantano y nosotros demostramos estar equivocados con nuestra “brillante” decisión. Finalmente, con alegría, llegamos al pastizal y caminamos hacia las lagunas. Ambas se encontraban a pocos metros pero eran completamente distintas. Una era baja, con un fondo rocoso y estaba rodeada por pastos propios de la estepa (no se imaginen algo muy verde, sino más bien amarillito), la otra era mucho más profunda, con fondos fangosos y rodeada por bosque.

El bosque pantanoso circundante.

El muestreo requería de mínimo 3 personas, 2 en el bote clavando (y desclavando) los tubos y una tercera en tierra que oficiaba de “ancla” y rescatista; y es que sin la tercer persona no habría forma de mantenerse en un mismo lugar en la laguna el tiempo suficiente. Los vientos suelen hacer estragos cuando estás sobre el bote, evitando que puedas maniobrar; y el agua (helada) te congela las manos dejándote sin fuerzas para tirar de la soga y así sacar el tubo que se encuentra a 20 metros de profundidad en el fondo de la laguna. Ese día me había tocado ser el ancla en tierra, el viento se puso algo caprichoso forzándome a mantener tensa la soga mucho más tiempo del humanamente aceptable y el agua me salpicaba con bravía helándome las ya exhaustas manos; pero todo salió bien, pudimos sacar las muestras y guardar el equipamiento. Cuando nos disponemos a volver empieza a oscurecer, la desesperación toma fuerza y apresuramos paso (para colmo yo era el único “exagerado” que había traído una linterna a un muestreo que debía ser corto). Ante la urgencia el alemán, portador del GPS, decide tomar otra vez una hipotenusa, pero nosotros estábamos ya muy cansados, hambrientos y cargados con un bote, equipo y ahora ¡2 tubos llenos de barro!

Para qué contar que nos perdimos, se largó a llover y nos mojamos hasta la rodilla caminando en el pantanoso bosque. Incluso en un momento tuve que ponerle una luz led roja (como las de las bicicletas) en la mochila al alemán para no perderlo de vista en semejante bosque. Pero por fin tras una extrema caminata llegamos a un claro en el bosque. Cómo explicarles en pocas líneas nuestra desesperación, estábamos casi perdidos, la oscuridad nos seguía el paso y la lluvia… Ni hablar de la lluvia que se iba intensificando. Estando ahí recordamos que el claro era parte del sendero y buscamos (en la oscuridad y con una sola linterna) la huella del mismo. La encontramos y empezamos a descender. Varios tropiezos, embarradas e incluso algunas lesiones nos acompañaron en el descenso pero todo lo valía, porque allá lejos en la cabaña nos esperaba la mejor recompensa: un suculento asado.

Entre chinchulines, bondiolas y un majestuoso cordero patagónico solo podíamos pensar en planear la campaña del año siguiente.