Bitácora de viaje: Los cerros a los que siempre vuelvo – parte 1 de 2

Los cerros a los que siempre vuelvo – parte 1 de 2

Por Jonathan Tobal

Cerros preciosos, tapizados de verde en sus cimientos, pero con sus cimas de roca pura y dura, sin árboles ni arbustos ni vegetación alguna: así son las crestas de roca que bordean y custodian la ruta 40, en su tramo entre San Carlos de Bariloche y El Bolsón. Forman parte, a su vez, del sector de los Andes que tuve la oportunidad de recorrer e investigar durante años, siguiendo los pasos de muchos otros colegas que alguna vez pusieron sus botas en algún sendero, en algún filo de roca de la zona.
Y entre todos los cerros, distintos entre sí a pesar de la relativa monotonía geológica que los caracteriza, hay dos sobre los que quisiera explayarme aquí: los cerros Silvia y Bastión. Pues buena parte de los años que entrelazan mi trabajo correspondiente a la tesis final de licenciatura -2009- con el que luego continué realizando durante mi doctorado -2011 a 2014- han sido guiados, de alguna manera, por un particular interés en el estudio de las rocas que forman dichos cerros.
El cerro Silvia se esconde por detrás del cerro Hielo Azul, que, a su vez, se yergue frente a El Bolsón. Desde la ruta 40 no es posible verlo: no se logra observarlo desde ningún sitio del valle. No sucede lo mismo con el cerro Bastión: en los días despejados, aprovecha el amplio valle del río Manso Inferior para asomar su cresta de rocas claras, ligeramente estratificadas, cuando dejamos atrás la localidad de El Foyel, en camino a El Bolsón.

 

Arriba a la izquierda, se distingue, a lo lejos, el cerro Silvia, entre los filos de roca del cerro Alicia (ubicado más al sur). Este cerro posee un lago en su centro, perfectamente escondido entre empinados paredones rocosos y faldeos de roca suelta (abajo a la izquierda). Arriba a la izquierda, vemos el cerro Bastión tal como se lo observa desde la ruta 40, pero que también se acerca a nosotros a medida que nos adentramos por el valle del río Manso Inferior (abajo a la derecha).

 

Las rocas volcánicas que conforman estos cerros, correlacionadas ya desde finales de la década del ´70, no corresponden al Oligoceno, no se formaron hace 20 millones de años. Me refiero a que no son parte de la denominada Formación Ventana, tal como se las había descripto hasta el momento que por primera vez pusimos nuestros cuerpos en la zona. Quiero decir: resultaron no ser parte de la faja volcánica “famosa” (pues ha sido harto estudiada en el pasado) que suele hallarse en algunos de los cerros que se ubican al este del valle de El Bolsón. Esa interpretación -razonable- resultó ser errónea, pero sólo pudo revelarse como tal con esfuerzo -caminar y caminar- y con dinero -dataciones radimétricas a las que cada día cuesta más acceder-.
Pero antes de seguir contando este cuento de rocas y de millones de años, detengámonos un momento para que pueda situarlos allí, y caminen, así, conmigo a través de esos cerros. Corre, como se suele decir, el año 2009. Han quedado atrás los breves pero exitosos días en que recorrimos con Andrés, Miguel y Jere (colegas de nuestro Instituto), los cerros Lindo y Alicia, ubicados al sur del Hielo Azul. depara entonces, hemos descripto las rocas observadas, hemos empezado a vislumbrar posibles interpretaciones y hemos sufrido, finalmente, la inclemencia de una noche de nieve sin pausa, con la carpa “mal” ubicada, que luego de doce horas deberemos desarmar a toda prisa, entre la nieve y las nubes, para poder rajar a un lugar menos húmedo, menos frío, más seguro. Unos días después, luego de haber observado la particularidad y la belleza de las rocas del cerro Silvia desde la cumbre del cerro Alicia, partiremos con Jere, desde el refugio de la laguna Natación hacia el cerro Silvia. Contamos con unas pocas indicaciones y unas cuantas pircas que nos llevan hacia la cumbre del Hielo Azul -el encargado del refugio no conoce el camino, sólo nos dice que sabe que “las vacas llegan”-, pero ningún dato que nos diga cómo seguir hacia el cerro Silvia.

 

Caminatas en desiertos de roca suelta, filosa, partida por el hielo. Así son las pequeñas planicies que permiten descansar los pies, una vez que se han recorrido las horas y horas de subida que implican el ascenso a los cerros que rodean el valle de El Bolsón. Cada tanto, uno encuentra un lugar donde poner la carpa: nunca el más adecuado, el que uno querría elegir. Si acaso sopla fuerte el viento o nieva (¡Nos sucedió!), el panorama deja de ser fantástico, como el que se observa en las fotos.

 

Al llegar a la cumbre del cerro Hielo Azul, luego de unas tres horas, un precipicio imponente dibuja los quinientos metros de desnivel que separan a ambos cerros. Almorzamos, altos como las montañas, con el lienzo celeste del cielo a todos lados. Aproximadamente dos horas más tarde, luego de una bajada abrupta que buscamos y recorremos “a ojo”, por el pedregullo suelto que rasga los filos de roca, logramos halalr el único “paso” que parece conectar a ambos cerros –difícil, por momentos se diría que no lleva a ningún lado-. Una hora más nos lleva alcanzar las rocas del cerro Silvia. Será sólo un rato el que estaremos allí, apenas suficiente para sacar fotos y dos muestras de roca que luego formarán parte de mi tesis, porque el tiempo apremia: son las cuatro de la tarde y aun resta recorrer el camino de vuelta: largo, remontando altura nuevamente. Y que no se haga de noche.

 

Dormir en pendiente: única opción que encontramos en el cerro Silvia, en el verano del 2012 (izquierda). El primer y único día de trabajo soleado dejó de ser tal a las 16 hs, cuando un frente de tormenta hizo su aparición desde el oeste. Noche de agua y más agua, sin cena y al día siguiente, a secar todo (derecha).

 

Continuará…