El retorno de la volcanología argentina al continente blanco
Por Pablo Forte
O quizás el título más preciso de esta bitácora debería ser: “El retorno de la volcanología argentina al único lugar en escala de grises de la Antártida”. Pero no nos detengamos en estas sutilezas cromáticas y avancemos con nuestro relato. Tuvieron que pasar 10 años, 11 meses, y 5 días para que un grupo de volcanólogas y volcanólogos argentinos vuelva a pisar suelo antártico. Y la cita no podía ser en otro lugar sino en Isla Decepción, un volcán activo que asoma sus narices allá por el mar de la Flota, en el extremo sudoccidental de las Shetland del Sur.
No vayan a creer que volver fue una cosa sencilla. Veinte días de cuarentena en un predio militar en Ezeiza y tres hisopados –cortesía de la casa–, dos vuelos en Hércules –primero a Rio Gallegos y después a la base chilena Frei– y, finalmente, un día de navegación en el austero pero cumplidor buque ARA Puerto Argentino, fueron necesarios para llegar a la base argentina Decepción. ¿Les parece mucho? Entonces mejor ni les cuento sobre los tres años previos durante los cuales estuvimos a punto de ir. Pero se llegó. Y una vez ahí, la cosa cambia. El frío te sacude en su primer contacto con la piel y el paisaje te abre los ojos sin pedir permiso. La naturaleza se juega todas sus cartas, revelando escenarios dignos de los mejores documentales. Se comienzan a dejar atrás los trámites, estudios médicos y papeleríos, y la cabeza empieza a carburar en modo trabajo.
Los primeros días de la campaña antártica transcurrieron con cierta cautela. Había que entender cuánto frío hacía, realizar las primeras salidas de reconocimiento, poner a punto el instrumental y planificar todo el trabajo que teníamos por delante. Rápidamente, entendimos que el viento, las mareas y, ocasionalmente, los lobos marinos, serían quienes iban a organizar nuestra agenda. Y también que los momentos de sol iban a ser preciados. En total, de los 45 días que pasamos en la isla, vimos el sol durante 2 mañanas y 3 tardes.
Para cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos a todo ritmo (i.e., ATR), intercalando salidas de campo con descansos forzados por las impericias del clima. El equipo de trabajo estaba conformado por Mariano Agusto, Clara Lamberti, Lucas Guerriero, Adriana Ariza Pardo –investigadora invitada de Colombia– y quien narra. Las tareas que fuimos a realizar podrían agruparse en dos ejes principales: geoquímica de fluidos volcánicos y volcanología física. Dentro del primer eje, el trabajo se centró en identificar y muestrear las emisiones gaseosas (puntuales y difusas) presentes en la isla, así como también distintos cuerpos aguas afectados por estas emisiones. En cuanto al segundo eje, el foco estuvo puesto en caracterizar los depósitos y reconstruir las características de la actividad eruptiva reciente del volcán.
En este punto, sin dudas, se estarán preguntando sobre los resultados de la ansiada expedición. En resumidas palabras, un éxito. No sólo se muestrearon los sitios con emisiones gaseosas planificados, sino que se reconocieron nuevos, ampliando la zona de trabajo. La campaña también nos dejó unos cuantos kilos de rocas y ceniza volcánica que, mientras nosotros volvemos a nuestras oficinas, emprenden su lento retorno en barco. Por delante quedan horas de laboratorio, análisis de datos y escritura.
Más de 10 años transcurrieron desde la última vez que el Observatorio Volcanológico Decepción había abierto sus puertas. Mucho tiempo. Tiempo suficiente para que nuevas generaciones de volcanólogas y volcanólogos argentinos se formen, den continuidad y propongan nuevas formas al desarrollo de esta disciplina en el país. El reencuentro con Isla Decepción enciende una nueva chispa en la volcanología argentina. Se trata de un proyecto a largo plazo que se reabre; un proyecto de ciencia, pero también de soberanía.
Fin de la bitácora. Continuar.