El multiverso del volcán Copahue
Los volcanes activos son uno de los elementos más dinámicos de la geología. Se construyen y se destruyen a sí mismos sucesivamente, emiten gases y calor, derriten la nieve de sus cimas, y otras veces la nieve gana la pulseada y los cubre bajo un manto blanco.
Este es el caso de volcán Copahue, un volcán andino con un pie en Argentina y el otro en Chile. Según un ranking que hizo nuestro servicio geológico argentino, el Copahue es el volcán que presenta el mayor riesgo en nuestro país, por su ferviente actividad y por la cercanía de dos centros urbanos a sus pies: Caviahue y la villa de Copahue. Por este motivo, y por su relativo fácil acceso, el Copahue es uno de los volcanes más estudiados de la región austral de América del Sur.
Esta es una bitácora acerca de dos campañas que tuvieron lugar en el año 2024, y que dan cuenta de este dinamismo. Y es, también, una historia acerca de cómo una tarea resultó imposible en un escenario, y posible en otro.
Martes 20 de febrero. Día diáfano, sin viento, no parecía la cordillera patagónica. Nuestra camioneta nos acerca hasta el llamado caracol, ese trayecto de la caminata en un volcán o una montaña donde la senda zigzaguea más porque la pendiente aumenta y se pone desafiante para los y las caminantes. Esta senda es fácil, ya la conocemos, la hemos subido y bajado por más de 10 años. Nos sacamos la “selfie” de inicio de picada tradicional en nuestro grupo de investigación, el Grupo de Estudio y Seguimiento de Volcanes Activos, acompañados por el grupo ICES de la Comisión Nacional de Energía Atómica, a las 8:42 de la mañana. El ascenso se realiza sin inconveniente alguno. A las 10:38 sacamos la primera foto del cráter, así que, aunque nadie tomó el tiempo, el ascenso duró minutos menos de 2 horas.
Ahora, me tomo la licencia de hablar en primera persona. La revelación del cráter del Copahue es siempre mi momento favorito de la campaña porque, aunque lo conozca hace años, nunca sé con qué paisaje me voy a encontrar. La versión febrero 2024 no me desilusionó (nunca lo hace, en realidad).
Este cráter del Copahue exhibía una laguna de un color maravilloso, verde aturquesado, lácteo. Bloques de nieve y hielo llegaban hasta el borde de esta laguna y reflejaban esa belleza verde. Más o menos hacia el centro del cráter hay un cono de ceniza que vimos nacer hace unos 8 años, que por el nivel de la laguna estaba conectado por un istmo de menos de un metro de ancho. El equipo de trabajo se dividió en dos: el grupo A permaneció cerca del llamado “vertedero”, esa abra por el que accedemos al cráter, para medir la composición de la pluma de gases y tomar muestras de gas con unas trampas alcalinas y de agua de la laguna. El grupo B se dirigió al cono de ceniza para buscar un lugar apropiado para tomar una muestra de gas fumarólico. Las fumarolas son emisiones gaseosas puntuales. Se ven como chimeneas sobre la superficie, que constantemente liberan vapor y gases del interior de la corteza.
Habiendo accedido al cono a través del angosto istmo, se llevó a cabo una evaluación de la seguridad del muestreo de fumarolas cratéricas. El resultado fue negativo. Las fumarolas se encontraban sobre una pared bastante vertical del cono. El terreno no era firme, estaba caliente, y hacia abajo en caso de caída nos recibía la laguna cratérica que, en ese sitio en particular, tenía una temperatura y una profundidad desconocida.
Aún así, el 20 de febrero de 2024 fue un día ganado. Nos llevamos datos de gases, del agua de la laguna, y unos paisajes maravillosos grabados en la retina.
Meses después de esta campaña, el Copahue comenzó a perder su laguna, y un día de octubre hizo una explosión, arrojó algo de ceniza y la pluma de gases sulfurosos, dicen, se sentía hasta en Caviahue.
No había laguna… teníamos la chance de volver a ese cráter y repetir los muestreos del verano, pero sin el efecto diluyente de toda esa masa de agua. Y tal vez, solo tal vez, podríamos esta vez sí tomar muestras de fumarolas del cráter. Teníamos que intentarlo.
Martes 5 de noviembre. Casualmente los dos ascensos fueron un martes. Situación del tiempo: viento helado a (según un índice levantado al viento) 60 km/h. Pero había sol. La camioneta no logró dejarnos al pie del caracol, sino bastante más abajo. La dejamos estacionada en la ruta que une a Caviahue con la villa de Copahue, a la altura de unas hermosas lagunas, que en ese momento estaban congeladas, llamadas Las Mellizas. Si bien conocemos la zona y al volcán, abrir una senda a campo travieso no es tan sencillo como parece. Habíamos estudiado el camino con Google Earth, pero una vez en el campo, algo que en la imagen satelital parece una suave lomada es una montaña a escala Himalayas, que no queda claro si conviene cruzar por el flanco izquierdo, o derecho, o atravesar por encima y arriesgar un esfuerzo enorme para después volver a perder altura. Entonces cada 20 minutos, el grupo de trabajo se transformaba en un consejo deliberante que discutía qué estrategia tomar tramo a tramo. Hasta que en un punto llegamos a una pendiente constante hacia arriba que no daba tregua, pero al menos nos llevaba, sin dudas, al cráter.
Repito el ejercicio de la campaña anterior, horario de la “selfie” de inicio: 7:55. Primera foto tomada en el cráter: 13:59. Casi 6 horas. ¡6 horas! En fin, a trabajar.
El paisaje de esta versión del Copahue en noviembre de 2024 tenía poco que ver con el de febrero. Efectivamente, la laguna turquesa ya no estaba ahí, había una zona a penas encharcada, pero que no podría superar el metro de profundidad. El sector de la laguna que lindaba con el istmo, era un agujero conectado con las entrañas del Copahue. Emitía gases y vapor a una tasa tal que nunca logramos ver el fondo del llamado “vent”, el conducto volcánico a través del cual ocurren las erupciones. El cono de ceniza al que accedimos la campaña anterior, estaba justo detrás del “vent”, costaba verlo porque la pluma de vapor y gases era tan densa que lo tapaba cual telón en un teatro.
Las mismas fumarolas de febrero de 2024, estaban ahí, en la misma pared. Pero esta vez, en vez de acceder por el istmo, que ya no existía, podíamos acceder por el otro lado, porque donde antes había una laguna, ahora había suelo seco (casi seco, y casi suelo también: era un fango ácido, letal para los borcegos y la ropa). Y encima, la topografía había cambiado tanto que, en vez de ver las fumarolas colgadas a unos 6 metros sobre la pared, se encontraban a un metro y medio de una nueva base, rellenada con material de la explosión. Es decir, que una tarea que en febrero nos invitaba a descolgarnos de una pared desde arriba, ahora se podía hacer tranquilamente desde abajo, simplemente caminando por el nuevo terreno.
Con las máscaras de gases ajustadísimas, cascos, y toda la concentración que requiere transitar un cráter activo, nos dirigimos a ellas y esta vez sí, obtuvimos muestras de gas del cráter. Las anteriores se habían tomado en marzo del 2013, meses después de una erupción que también había desplazado la laguna.
Para cerrar esta bitácora, quiero volver a modo diario íntimo. Recuerdo que una vez, un geólogo me preguntó si no me aburría de ir siempre al Copahue. ¿Cómo podría aburrirme? Este volcán me ofrece algo único, que es ver paisajes nuevos en un paisaje conocido. Mutamos con el paso del tiempo, compartimos cierta ciclicidad. Tomamos sus signos vitales con casi todas las técnicas disponibles (para los conocedores: muestreo directo de gases y aguas, de ceniza, multigas y mini doas: este último, cortesía de nuestro Observatorio Argentino de Vigilancia Volcánica). Y hacemos ciencia argentina.
Hasta la próxima edición del cráter del volcán Copahue.